Estas palabras van dedicadas a cualquier persona que se fustigue demasiado siguiendo un estricto régimen con su alimentación, con su trabajo, con su religión, con el deporte que practican y con casi todo en su vida. Considero que no se puede vivir siempre encarcelado, con fanatismo, veneración y obsesión ante cosas que siempre deberían de darnos placer y satisfacción, en lugar de sometimiento.

Está claro que hay que cuidarse, por dentro y por fuera, comiendo, bebiendo y viviendo respetuosamente con uno mismo y con su cuerpo…Pero lejos de llevar un equilibrio, compruebo a diario que cierta clase de individuos compiten consigo mismo y con los que le rodean, hasta extasiarse hasta llegar al límite para que se note por fuera.

Existe un perfil común en todos ellos y ellas obsesionados con su cuerpo. En ocasiones se olvidan del resto de personas y de ayudarlas si les necesitan, y de cultivar también el amor, no sólo el cuerpo. El espíritu a veces necesita más vitaminas y dedicación que ninguna otra cosa en nosotros, para que no se arrugue.

Resulta que hay personas que les puede llegar a importar más lo que piensen de ellos, que lo que son ellos en realidad. Se arman de valor para ponerse frente a un espejo y darse un ánimo absurdo muy ensayado (sin mirarse de verdad por dentro). Es una pena que no vean la clara diferencia entre una cosa y otra, ya que normalmente y por experiencia propia (principalmente lo veo a diario a mi alrededor, en el gimnasio, en la peluquería, en la iglesia, en la oficina..).

Estas personas andan muy solas por el mundo (se lo han buscado), por dejar a un lado lo más importante que tuvieron nunca, una libertad que ya no valoran.

Sonia Molinero, Dpto. de Redacción imprenta online iMAGenter